viernes, 6 de septiembre de 2019
martes, 27 de agosto de 2019
Un perfil de Mónica González: prólogo de “Apuntes de una época feroz”
Por Juan Cristóbal Peña
Publicado el 27 agosto 2019
El siguiente texto es un perfil escrito por Juan Cristóbal
Peña, director del Departamento de Periodismo de la Universidad Alberto Hurtado
y editor del libro “Apuntes de una época feroz” (Hueders, 2015), una antología
de textos de Mónica González, recientemente galardonada con el Premio Nacional
de Periodismo en Chile.
Cuando la conocí, hacia el invierno de 2007, Mónica González
ya era quien es: una de las periodistas ineludibles en la historia de Chile, no
sólo por su trabajo en dictadura. A diferencias de muchos profesionales de su
generación que destacaron en los años 80 en medios de la oposición, ella siguió
haciendo periodismo en democracia. No
comenzó a trabajar en el gobierno o para empresas. Tampoco jubiló de manera
anticipada, que fue lo que ocurrió con varios periodistas que no encontraron
espacio en el nuevo orden. Mónica González persistió, no siempre en las mejores
condiciones. Sabía que con el retorno de la democracia venía lo más difícil
para el periodismo chileno, más que lo que quedaba atrás. En el nuevo
escenario, los límites entre política y negocios se volvían difusos. Y sabía
también que, tal como había ocurrido en dictadura, ella no sería una figura
cómoda ni funcional para quienes administraban una democracia reconstruida en
la medida de lo posible.
Yo terminaba un libro sobre el atentado de 1986 a Augusto
Pinochet protagonizado por el Frente Patriótico Manuel Rodríguez, y a última
hora di con una entrevista al líder de ese comando subversivo que ella había
hecho para el diario El País, de España, y que luego fue publicada completa en
revista Análisis. La última entrevista a Raúl Pellegrin Friedmann, realizada en
1988, unos meses antes de que fuera asesinado junto a su pareja tras una
incursión guerrillera en el sur del país. Entonces me animé a llamarla para
pedirle esa entrevista. Ahora pienso que era una excusa para conocerla, porque
el ejemplar de esa revista estaba en Biblioteca Nacional.
Me recibió en el altillo de su casa en Bellavista, con vista
al cerro San Cristóbal, rodeada de
archivos y libros ordenados en estanterías y cajones. A un costado había un escritorio cubierto de papeles apilados y
dispersos. Unos meses atrás, el diario Siete, que había dirigido, se había
visto forzado a cerrar por falta de financiamiento. El avisaje estatal en los
gobiernos de centro izquierda privilegiaron a publicaciones que le eran
opositoras, pero funcionales a sus intereses. Aunque el cierre del diario fue
un proceso ingrato para ella, ya estaba embarcada en un nuevo proyecto llamado
Centro de Investigación Periodística, Ciper, el medio más innovador y relevante
de los siguientes años.
Mónica, que estaba convaleciente por un accidente en auto,
con dificultad para desplazarse, trabajaba desde su casa en una investigación
para Ciper, que aún no tenía dirección electrónica ni oficina.
No me conocía, pero así y todo, sin más, me recibió y confió
uno de los tomos empastados de su colección de Análisis. Fue una presentación
rápida, pero amable. Me examinó con un vistazo rápido y dijo algo que no me
esperaba:
—Bah, eres tímido —sonrío—. Por teléfono sonabas más
pretencioso.
No fueron más que unos pocos minutos. Me contó de su
accidente en auto y me despidió, porque —dijo— tenía un montón de trabajo por
delante.
***
La volví a contactar en la primavera de ese mismo año. Mi
libro sobre el atentado a Pinochet ya había sido publicado y quería entregarle
una copia. Además, tenía una mejor excusa que la primera vez: debía devolverle
el tomo empastado de Análisis.
Esta vez me citó en una pequeña oficina de la Corte Suprema.
En ese entonces Ciper estaba recién arrancando y ella terminaba una asesoría
para los ministros de la máxima corte de justicia. El mismo poder que tres
décadas antes la había enviado a prisión por sus publicaciones, el mismo que
ella había denunciado múltiples veces por negligencia y complicidad en los
crímenes de la dictadura, ahora la había buscado para dar forma a un inédito
proceso de transparencia y publicidad de sus actos.
Fue otro encuentro breve, todavía más que el anterior.
Recibió el tomo de revistas y el ejemplar de mi libro, que agradeció con una
sonrisa. Luego me preguntó si quería trabajar con ella en un nuevo centro de
investigación. También me habló de las condiciones y yo, únicamente para
guardar las formas, le dije que la propuesta me seducía mucho, pero que pronto
le daría una respuesta. Al día siguiente renunciaba a mi trabajo en el diario
La Tercera para trabajar con ella.
Cuento lo anterior porque es parte del origen de este libro.
El tiempo en que trabajé en Ciper pude conocer el trasfondo de algunas de las
historias que se reúnen en esta antología, trasfondo que a veces da para un
capítulo aparte y es tanto o más dramático que la misma historia que lo
origina. En ese tiempo también pude escribir crónicas o reportajes sobre la
violencia política en dictadura y transición, con la perspectiva que otorga el
tiempo y en condiciones de libertad editorial que difícilmente habría
encontrado en otro lado.
***
En un comienzo ella no estaba interesada en que alguien,
quien fuera, publicara una antología de su obra. No le daba demasiado mérito a
su trabajo. De hecho, cuando se lo propuse, estando ya fuera de Ciper, me
comentó lo siguiente:
—No sé a quién podría interesarle algo así.
Dijo que lo pensaría. Y tiempo después, cuando comenzamos a
trabajar en el proyecto, comprendí que, además de incomodarla, la idea de
volver sobre esos años le dolía. Estaba orgullosa de lo que había hecho, lo
está aún, por cierto, pero tras varias charlas en torno al trasfondo de las
historias de las piezas reunidas comprendí, sin que me lo dijera directamente,
que había una herida que no terminaba de sanar. En su caso, reportear la
dictadura fue sumergirse en un campo de batalla inundado por la corrupción y la
muerte; fue vivir el dolor de las víctimas, comprometerse y padecer con ellas
para luego recuperar el aliento y contárselo al mundo. Ese proceso, además,
estuvo acompañado de un alto costo personal.
Ahora que el libro está concluido, y que hemos gastado horas
hablando de su trabajo en dictadura, y de lo que ocurrió antes y después de esa
etapa, pienso en las víctimas. En las víctimas y en el sentido de esta
profesión. En que la mejor forma de sobrellevar el pasado y de tributar a las
víctimas es seguir ejerciendo un periodismo sin concesiones.
***
Numerosos periodistas se jugaron la vida y sacrificaron un
cómodo y seguro estándar de vida por denunciar a una dictadura a la que pocas
cosas amenazaban tanto como la prensa de oposición. En el caso de Mónica
González, muchas de sus publicaciones tuvieron un impacto político al interior
de la misma dictadura, impacto que además trascendió al mundo. Sus
publicaciones marcaron agenda y derivaron en censura de prensa, procesos
judiciales, amenazas, golpizas o encarcelamientos.
Desde que en 1984 publicara el reportaje sobre la mansión de
Lo Curro, un palacio de lujos absurdos que la familia Pinochet levantó en medio
de una aguda crisis económica, se transformó en una figura incómoda para la
dictadura, si es que no en una amenaza. Volvía del exilio y de un receso de 11
años en el periodismo, y sin proponérselo, porque en un comienzo ella no estaba
segura de su talento ni de que el periodismo fuera lo suyo, se alzó en
referente. Sus reportajes y entrevistas ayudaron a contener la brutalidad y los
abusos. En casos más extremos, salvaron vidas, aunque también derivaron en
venganzas brutales.
***
El guión es perfecto para un drama de película: en el
trasfondo de los reportajes y entrevistas que componen este libro hay tragedia
y heroísmo a partes iguales. El drama se inicia más o menos feliz en 1967,
cuando Mónica González Mujica (Santiago, 1949) comenzó a estudiar periodismo en
la Universidad de Chile y al poco tiempo, impulsada por sus maestros y su
militancia en el Partido Comunista, ya trabaja en el diario El Siglo.
Sus primeros editores fueron Sergio Villegas y Guillermo
Ravest, que la entrenan como reportera volante: un día en el Congreso, otro en
tribunales, en sindicatos o en cuarteles policiales y en terreno, cubriendo la
calamidad de turno. El periodismo todavía se aprendía más en la calle que en la
academia, a la que va lo justo para aprobar los cursos y aprender de Mario
Planet, director de la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile, de
quien es ayudante en la cátedra de Periodismo Interpretativo. De él asimiló el
rigor y la necesidad de cultivar un archivo que se alimenta a diario, con
recortes y cables y fotos de prensa. Hasta el día de hoy, de preferencia por la
mañana, después de leer los diarios del país, ella selecciona y recorta las
publicaciones más relevantes y otras que no lo parecen tanto, como las páginas
sociales de El Mercurio, donde la élite política y empresarial chilena se
exhibe y, de manera involuntaria, deja asomar las pistas para grandes noticias
y reportajes.
Mario Planet, que fue corresponsal para Life y Time y
dirigió los diarios Las Noticias de Última Hora y La Tarde, también intentó
inculcarle otra cosa importante para la época. El periodismo militante —decía
Planet— no es periodismo. O se hace periodismo o se milita, pero no las dos
cosas a la vez.
Ella, sin embargo, prefería hacer las dos cosas a la vez, y
lo cierto —dice ahora— es que en ese
entonces, impulsada por la convulsión de los tiempos, se sentía más militante
que periodista. Su compromiso estaba con el partido y el proceso de
transformaciones políticas liderado por Salvador Allende, que en noviembre de
1970 llegó a la presidencia con una coalición de partidos de izquierda y una
oposición mayoritaria apoyada por Estados Unidos, cada vez más dispuesta a
desestabilizar al gobierno por cualquier medio.
En esas condiciones, el periodismo sin banderas era muy
difícil de ejercer.
En 1971, casada y con dos hijas, comenzó a trabajar en
Ahora, revista de actualidad y política que editorial Quimantú lanzó ese mismo
año para competir con Ercilla. De hecho, varios periodistas de izquierda de ese
medio partieron a trabajar en Ahora, que dirigía Fernando Barraza y editaba
Edwin Harrington, un agudo periodista de investigación que poco antes había
estado a cargo del departamento de prensa de Canal 13. Harrington fue decisivo
en la carrera de Mónica. No sólo la animó a escribir reportajes y a buscar en
ellos una mirada y una voz propia, que hasta entonces había estado supeditada a
la voz de la revolución. Una década después, con un país en dictadura, el mismo
Harrington la convenció de volver al periodismo, cuando ella lo había
descartado por completo.
La impronta de Edwin Harrington —como la de Mario Planet—
está presente en una crónica testimonial de mediados de 1971 en que la autora
documenta su paso dos años antes por la maternidad del Hospital del Salvador:
Maletín en mano, la “enferma” camina por un pasillo de
baldosas, frío y tétrico, hasta el baño. Mira hacia atrás, para ver a su
esposo, pero él está lejos, más allá de varias puertas. Una auxiliar con
delantal sucio y ondulines en la cabeza le indica con el dedo un camastro donde
le aplicarán un lavado, trámite previo.
Los dolores aumentan, y la muchacha empieza a respirar como
“perrito jadeante”. Así le enseñaron en el curso de parto sin dolor. Mientras
le introducen el líquido por vía anal, la chiquilla se aferra a la mano de la
auxiliar; dolores profundos y desgarradores le cruzan el vientre, para después
sentir un incontenible deseo de expulsar todo lo que lleva en el interior.
La muchacha se incorpora, pero no alcanza a llegar al baño.
Líquido y excrementos corren por el suelo de la pieza. La vergüenza y el dolor
provocan un llanto angustioso a la parturienta. La auxiliar está furiosa. “¡Qué
se ha imaginado!…”. Y enseguida: “¡Tú crees que voy a limpiarte la mierda!”. La
muchacha la mira un instante, y no vacila. Una sonora cachetada corta el
“diálogo”.
El texto aparecido en revista Ahora se tradujo en una
querella por calumnias, la primera en la carrera de Mónica González. Pero el
pleito legal no llegó muy lejos: cuando el director del Hospital del Salvador
acusó a la periodista de inventarse la historia, ella exhibió la página del 27
de abril de 1969 del libro de partos del hospital, donde su nombre aparece
inscrito como paciente de la unidad de maternidad. En esas condiciones nació
Lorena, su primera hija. Muy distintas, como sugiere en la misma crónica, al
parto de su segunda hija, Andrea, nacida dos años después en una clínica
privada.
Puede ser distinto a todo lo que vino después, y de hecho lo
es. Pero el periodismo que ejerció en
dictadura no se explica sin el periodismo ejercido desde los últimos años del
gobierno de Eduardo Frei Montalva. En esos primeros años de aprendizaje hay una
épica y un compromiso que guiarán todo lo que vino después. Y hay, por cierto,
una vida marcada por todo lo que sobrevino con el golpe de Estado.
Para entonces estaba de vuelta en El Siglo, donde fue
destinada a las páginas de economía, y era profesora auxiliar en la Escuela de
Periodismo. Estaba casada, tenía dos hijas, militaba. A los 24 años, el mundo giraba muy rápido
para ella cuando ocurrió el derrumbe. Muchos de sus colegas y amigos y
compañeros de partido con los que se formó fueron perseguidos, encarcelados o
torturados, cuando no asesinados y hechos desaparecer. Los más afortunados
sobrevivieron, como su gran amiga Gloria Alarcón, periodista política en El
Siglo, pero ya no volvieron a ser los mismos.
Al conmemorarse 40 años del golpe de Estado, escribió:
Ese martes 11 de septiembre de 1973 mi vida se partió en
dos. Pude haber sido no sé qué clase de persona. Incluso una muerta en vida,
como los muchos que bajo tortura hablaron y jamás se han logrado despojar de la
culpa. ¡Cómo asesinaron tanto talento y vitalidad! Yo sobreviví. Soy parte de
un río cuyo caudal nunca dejó de crecer… Si miro hoy hacia atrás no puedo sino
sentir orgullo de esa identidad.
Dos años después de publicar ese texto, al recordar sus años
de formación profesional, me dice: “Yo soy parte de una generación perdida.
Perdida y muy privilegiada, las dos cosas, la verdad. Participamos de una época
gloriosa, de experiencias hermosas y durísimas que nos marcaron de por vida. Y
que nos tienen aquí haciendo lo que hacemos”.
***
Entonces viene el abismo. Un receso de 11 años, de no
terminar de consolarse, de ganarse la vida en cosas que tienen poco y nada que
ver con el periodismo. El camino que se inicia a fines de 1973 con un exilio en
Francia fue una agonía permanente. Un golpe tras otro. Una noticia mala y otra
peor. La historia de un chileno que llega con una tragedia propia o ajena que contar
está a la orden del día.
Llegó a vivir a Sarcelles, en las afueras del norte de
París, y trabajaba en la imprenta del mismo municipio, a cargo de la limpieza
de las máquinas. Era obrera, como su padre, pero lo de ella tenía más el
sentido de la urgencia. De las imprentas pasó a la administración del
municipio. Pertenecía al Departamento de Compras y Mercado, veía cuentas y
licitaciones, y siguió un curso de derecho comercial. Lo suyo ahora eran los
números y, aunque entonces no lo sabía, sentó las bases de lo que necesitará
saber años después para desentrañar las cuentas y escrituras enrevesadas de la
dictadura.
Pese a que sus compañeros de L’Humanité la animaban a
publicar, no se sentía en condiciones de escribir en una lengua que no era la
suya. El periodismo estaba sepultado para ella.
Lo que sí hacía, y también servirá para lo que viene, era
recoger el testimonio de chilenos que llegaban a París y habían vivido o
escuchado del horror que ocurría en Chile. Recopilaba testimonios y los enviaba
a Radio Moscú, donde estaba su amigo José Miguel Varas. Algunos de esos
testimonios hablaban de sus propios amigos o compañeros de partido. Como el del
profesor Fernando Ortiz, a quien se le perdió el rastro a plena luz del día en
Santiago. Como el del periodista Carlos Berger, su compañero de escritorio en
El Siglo, sacado de una cárcel en Calama y hecho desaparecer en el desierto.
Como Fernando Barraza, director de la revista Ahora, torturado brutalmente
hasta dejarlo sin ganas ni opción de hacer periodismo.
En Chile estaba en marcha una masacre y ella sentía que no
podía quedarse de brazos cruzados en Francia, donde no había mucho que hacer
por la causa chilena. Quería volver y volvió, con sus dos hijas, recién
separada, sin un plan, sin muchos vínculos políticos, aun contraviniendo la
opinión del partido. La dictadura se preparaba para perpetuarse mediante un
plebiscito de fachada legal. La resistencia era mínima, para qué hablar de
libertad de prensa. Dos años antes, la última dirigencia del Partido Comunista
había sido exterminada, lo que significó un duro golpe a la lucha clandestina.
Era 1978, quizás el peor momento para volver.
***
Una de las primeras cosas que hizo fue visitar a Mario
Planet. Su maestro, que también había partido al exilio y estaba vuelta, la
animó a ejercer el periodismo. Ella decía que no podía, que cómo, se
preguntaba, “si tengo los dedos crespos”. Es cierto que en ese tiempo casi no
había prensa de oposición, y la poca que había estaba bajo estricto control.
Pero Planet insistía en que no la veía
haciendo otra cosa. Ella, en cambio, se veía en cualquier cosa menos en el
periodismo.
Por un aviso en el diario consiguió trabajo en Falabella,
como subgerente de crédito. Era algo parecido a lo que hacía en el municipio de
Sarcelles. Cuentas, balances, facturas. Trabajaba a la par con los gerentes y
tenía la confianza de ellos. Pero como militaba de manera clandestina, que era
la única forma de militar en esos días, y como la dictadura tenía redes de
espionaje en todos lados, la información no tardó en llegar a los gerentes. La
despidieron.
Algo similar ocurrirá en el Colegio de Constructores
Civiles, donde ofició de gerente por dos años. Y luego en el Instituto Chileno
Norteamericano de Cultura, donde fue directora de comunicaciones por otros dos.
Donde sea que estuviera, la dictadura, de tentáculos amplios y profundos, se
encargaba de alertar de su militancia.
No le quedaban muchas opciones. Estaba sin trabajo y el país
vivía una aguda crisis económica, que derivó en revuelta social. El descontento
se expresó en radios y revistas de oposición que rozaban los límites de la censura. Mario
Planet ya no estaba en este mundo para decirle que volviera al periodismo. Pero
estaba Edwin Harrington, su otro maestro, que había vuelto de un exilio en
México y trabajaba en un proyecto de revista llamado Cauce. Le propuso
integrarse y ella dudó. No se tenía confianza, pero necesita trabajar y,
además, necesita hacer lo que había venido a hacer a Chile: combatir una
dictadura. Entonces, apremiada por las circunstancias, se decidió.
Eran los primeros días de 1984, días de noticias flojas, aún
para un país en dictadura, y Mónica González volvía al periodismo con un
reportaje sobre la mansión de Lo Curro que remecería las entrañas del régimen.
Es justamente el texto que abre este volumen.
***
Fue tal el suceso que Cauce tuvo que imprimir una segunda
edición de la revista, algo inédito para la época. Destacado en portada, donde
se anunciaban “increíbles antecedentes sobre la faraónica mansión de Lo Curro
de costo incalculable”, el reportaje echó por tierra la versión del gobierno,
que poco antes había anunciado la suspensión de las obras, producto de la
crisis económica. La construcción seguía viento en popa, y no sólo eso: por
primera vez se revelaban detalles sabrosísimos de la decoración –lámparas de
lágrimas, escaleras de mármol rojo, tinas de hidromasajes, tapices finísimos–,
que a la vez perfilaban lo que la autora llamó “el difícil gusto de la señora
Pinochet”.
A partir de entonces, Mónica González publicó un reportaje
tras otro sobre la ambición de esa familia por incrementar su patrimonio.
También escribió sobre violaciones a los derechos humanos, pero al menos en
esta primera etapa en Cauce, que sería intensa y breve, las piezas de mayor
impacto político trataron de corrupción. Una dimensión poco explorada de la
dictadura, cuyos partidarios levantaban como gran reserva moral.
Como se ve en estas páginas, a la mansión de Lo Curro le
siguió un reportaje sobre los negocios a costa del Estado de Julio Ponce Lerou,
el yerno de Pinochet, otro sobre el patrimonio de la hija del general y un
tercero sobre el origen de la casa de descanso que la familia había construido
en El Melocotón, en las cercanías de Santiago. Desde ese verano no hubo
respiro. Ni para ella ni para el régimen. Por primera vez la justicia admitió
una querella contra el mismísimo Augusto Pinochet por fraude al Fisco. Unos
días antes, el general había acusado “una campaña difamatoria contra mi persona
y mi familia”.
No sólo fueron palabras, por cierto. Cauce consignó
seguimientos y amenazas contra sus periodistas. También hubo burdos actos de
censura. En los días previos a la aparición del reportaje de la casa de El
Melocotón, el gobierno suspendió la circulación de todas las revistas que no le
eran favorables. Luego permitió que volvieran a circular, pero no pasó mucho
tiempo para que aparecieran con fotos censuradas, en un espacio encuadrado en
blanco, por orden del jefe de zona en Estado de Emergencia.
La tolerancia del régimen se colmó con la entrevista a
Gustavo Leigh, defenestrado general golpista, quien criticó duramente a
Pinochet y lo acusó de tener “una ambición ilimitada”, de “eliminar
sistemáticamente” a personas a quienes “considera peligrosas” y de que “sólo se
mantiene (en el poder) por la fuerza”. Publicada en junio de 1984, la
entrevista provocó tal revuelo que su autora, Mónica González, fue detenida por
orden de la jueza Marta Ossa por negarse a entregar los audios.
Al día siguiente, después de pasar la noche en la cárcel de
San Miguel, la quinta sala de la Corte de Apelaciones reconocía el derecho de
la periodista al secreto profesional y ordenaba su liberación.
En esos tiempos el periodismo era una profesión al límite,
de un cigarrillo tras otro, de trasnoches martillando una máquina de escribir y
teléfonos que suenan de madrugada para lanzar insultos y amenazas anónimas. En
ese contexto la censura era lo de menos. También la cárcel. La vida pendía de
un hilo con cada publicación. Cada publicación podía ser la última. Esa
sensación de vulnerabilidad y temor se acrecentó a partir de ese día de fines
de agosto en que un hombre de bigotes y aspecto desaliñado entró a la revista y
preguntó por Mónica González. Decía ser un agente de la dictadura que quería
contar todo lo que sabía y había hecho, que era mucho.
***
Después de cerciorarse de que ese hombre no portaba armas,
Mónica González lo condujo a una oficina de la revista. Cerró la puerta por
dentro y preguntó:
—¿Qué me quiere contar usted?
—Sobre mi trabajo actual, nada. Yo quiero hablar sobre
detenidos desaparecidos.
—¿Recuerda nombres?
—Sí. Los hermanos Weibel Navarrete, por ejemplo…
—Explíquese. Usted está muy nervioso y la carga emocional
que ambos tenemos es grande. No será fácil este trabajo, pero es necesario que
explique con detalles. Grabaremos todo y después veremos qué se publica. ¿Está
de acuerdo?
—Me da lo mismo.
—Lo van a matar.
—Va a suceder, pero por al menos hablé.
Lo que siguió fue una entrevista de varias horas en la que
el agente Papudo, alias de Andrés Valenzuela Morales, contó todo lo que sabía
de un organismo de inteligencia militar hasta entonces desconocido. Formado por
funcionarios de la Fuerza Aérea, la Armada y Carabineros, el Comando Conjunto
era una organización clandestina que rivalizaba con la Dina en la persecución
de opositores, no obstante que usaba las mismas técnicas: detenciones ilegales,
tortura, muerte y desaparición de personas.
Frente al relato de ese hombre que “olía a muerte”, la
periodista no terminaba de convencerse. Temía ser objeto de una operación de
los servicios de inteligencia, que la tenían en la mira y la habían amenazado
por sus publicaciones. Pero a la vez el relato de Papudo era tan exacto,
poblado de detalles y nombres que ella conocía, que la llevaban a confiar en
que la historia del agente arrepentido era cierta, por muy inverosímil que
pareciera el modo en que había surgido. Un hombre que dice ser agente se
presenta un día en las oficinas de Cauce —calle Huérfanos, entre Morandé y
Banderas— y pregunta por una tal Mónica González. En su mano trae el último
ejemplar de la revista, cuyo tema de portada —el caso del robo de un banco por
parte de agentes de la CNI en Calama— había sido escrito por ella. Para no
creérselo. Para sospechar, sobre todo. Nunca antes un agente arrepentido había
confesado los crímenes.
Papudo entregó nombres de agentes y víctimas, de lugares y
circunstancias en las que ocurrieron las detenciones y posteriores crímenes.
Algunas de las víctimas habían sido
amigos o conocidos de la periodista, que tuvo que hacer un gran esfuerzo para
sobreponerse a las emociones —incluso náuseas— que le provocaba el relato.
—¿Estaba usted realmente consciente del trabajo que hacía?
—Sí.
—¿Cómo pudo hacerlo?
—Es una máquina que lo va envolviendo a uno hasta el punto
de la desesperación, como me ha ocurrido a mí ahora. Sé que en este momento me
estoy jugando la vida. Yo sé que quizás mi familia no me va a acompañar. Ni
siquiera están de acuerdo con lo que he hecho, pero tenía que contarlo. Me
sentía mal, estaba asqueado. Como le decía, quiero volver a ser civil.
El testimonio de Papudo era un misil de alto impacto para la
dictadura, que se había empeñado en negar sistemáticamente las denuncias de
violaciones a los derechos humanos. Pero no era cosa de llegar y publicar ese
testimonio. Además de verificarlo, había que alertar a los familiares de las
víctimas, hacer las denuncias a la justicia y resguardar la vida de Papudo, que
había decidido desertar de la Fuerza Aérea, de la que era suboficial.
Lo que siguió fue una carrera contra el tiempo. Mientras la
Vicaría de la Solidaridad iniciaba una operación para sacar del país a Papudo,
la periodista trabajó en la verificación de los datos con el sociólogo José
Manuel Parada, jefe de Documentación y Archivo de la misma Vicaría. También
ayudó el profesor Manuel Guerrero, que ocho años antes había sido torturado por
agentes del Comando Conjunto. En ese proceso surgió la constatación de que
muchos de los militantes de izquierda que habían sido detenidos delataban a sus
compañeros, incapaces de resistir las torturas prolongadas. Y no sólo eso: dos
de ellos —Miguel Estay Reyno y René Bazoa, de militancia comunista al momento
de su detención— habían terminado como agentes de la dictadura.
Aunque esto último era un hecho conocido por la dirigencia
del Partido Comunista, nunca se había hecho público. Y menos aún, que lo
hiciese un ex agente. Los máximos dirigentes del partido pidieron excluir ese
capítulo del testimonio, pero la periodista —que seguía militando— se negó. Fue
un quiebre definitivo. Abandonó el partido y tomó distancia de la dirigencia,
encabezada por Gladys Marín.
Los tres meses que antecedieron a la publicación de la entrevista
fueron de máxima tensión. La confesión de Papudo demoró unos pocos días en
llegar a conocimiento del gobierno y de quienes hacían el trabajo sucio. La
periodista recibió múltiples amenazas y su casa fue allanada. Sus dos hijas ya
habían regresado a Francia. Por seguridad, Mónica González deambulaba por casas
de amigos. Además había un problema adicional: para evitar que el testimonio de
Papudo se diera a conocer, a comienzos de noviembre el gobierno decretó Estado
de Sitio y ordenó la clausura de los medios de oposición, entre ellos Cauce,
que despidió a todos sus periodistas.
Por eso la entrevista apareció en un medio extranjero. La
idea original era publicarla en The Washington Post, pero unos días antes, ante
un equívoco, llegó a manos de un periodista chileno residente en Caracas que
gestionó su publicación en un diario de ese país, sin la autorización de la
autora. La entrevista a Papudo apareció en El Diario a comienzos de diciembre
de 1984, como una saga de tres entregas. La publicación comenzaba con una
advertencia:
Hay fundado temor por la vida de Mónica González. Es de
esperar que esa entrevista convenza a la CNI de que ya no vale la pena
asesinarla.
En la CNI pensaban distinto. De hecho, la venganza no
tardaría en llegar de un modo inesperado: en marzo, tres profesionales
comunistas eran degollados por un comando de Carabineros. Entre las víctimas
estaban Manuel Guerrero y José Manuel Parada, quienes habían colaborado en la
corroboración del testimonio de Papudo. En el comando asesino participó Miguel
Estay Reyno, el Fanta, mencionado por Papudo como uno de los militantes
comunistas que había pasado a colaborar activamente con la persecución y muerte
de opositores de izquierda.
Devastada por el degollamiento de los tres militantes
comunistas, a dos de los cuales conocía
de cerca, sin trabajo, con la muerte pisándole los talones, Mónica González
partió a Francia en abril de 1985. Estaba a salvo, pero no bien llegó a París,
donde se reencontró con sus hijas, comenzó a planear el regreso.
***
A José Carrasco lo conocía desde sus tiempos de profesora de
periodismo. Ella hacía clases en la Universidad de Chile y solía dejar a su
hija Andrea con la secretaria de Mario Planet, que era pareja de Carrasco. En
la práctica, algunas veces era Carrasco quien cuidaba a la niña mientras su
mamá daba clases. Desde entonces surgió una amistad que quedó interrumpida por
el exilio. Se reencontraron hacia 1984: él volvía a Chile cuando ella volvía al
periodismo. A mediados del año siguiente, apenas regresó de París, él la
recomendó para que trabajara en Análisis, la revista donde era editor
internacional. Aceptó con la condición de que pudiera trabajar con Edwin
Harrington, que también había sido despedido de Cauce tras su clausura.
En Análisis, que dirigía Juan Pablo Cárdenas, se convirtió
en entrevistadora política. Y no pasó mucho tiempo antes de que volviera a golpear
al corazón de la dictadura.
En diciembre de 1985, Mónica Madariaga, ex ministra de
Justicia y de Educación, prima de Pinochet, la
buscó para hacer un mea culpa de su papel como “autora intelectual de
gran parte del aparato jurídico que sostiene al régimen”. De paso, la ex
ministra criticó al general Pinochet y la “obsecuencia indescriptible” de
quienes lo rodeaban, incluido los gremialistas, responsables del debilitamiento
absoluto del Estado mediante la degradación de las organizaciones sociales y
las entidades en que se desarrollaba la vida en común. La revista agotó su
edición y, al mes siguiente, “ante los insistentes pedidos del público” —según
se lee en la edición del 14 de enero de 1986—,
volvió a publicar el texto.
Los límites de la censura otra vez estaban a prueba. De la
censura y la muerte, que rondaba cada semana. Era cosa de tiempo.
Primero vino la clausura de Análisis por tres semanas,
además del encarcelamiento de su director, tras una jornada de paralización
nacional en julio de 1986. Y en septiembre de ese mismo año, unas horas después
de que el Frente Patriótico Manuel Rodríguez atentara contra el general
Pinochet y su comitiva, dejando a cinco de sus escoltas muertos y nueve heridos
graves, un comando de la dictadura escogió al azar a cinco opositores de
izquierda para tomarse venganza. Uno por cada escolta muerto. Entre esos cinco
opositores que fueron sacados de sus casas y fusilados de madrugada estaba el
periodista José Carrasco.
El mismo fin de semana del atentado, ocurrido un domingo 7
de septiembre, el editor internacional de Análisis había estado trabajando en
una nueva edición de la revista, que no pudo salir a la luz. El gobierno
decretó Estado de Sitio y prohibió la circulación de la mayoría de los medios
de oposición. El asesinato de José Carrasco Tapia fue un golpe durísimo que se
vivió en el silencio impuesto por la clausura de los medios.
La prohibición se extendió por seis meses. En ese tiempo,
Mónica González viajó a Buenos Aires para rastrear archivos que comprometían a
la DINA con el asesinato de Carlos Prats y la Operación Cóndor, que derivó en
la muerte y desaparición de miles de opositores en el Cono Sur. De ese trabajo
surgió un libro, Bomba en una calle de Palermo, que publicó con Edwin
Harrington en 1987.
El libro, el primero de su carrera, traería repercusiones
ese mismo año. En septiembre, tras una entrevista al dirigente de la Democracia
Cristiana Andrés Zaldívar, la periodista fue requerida por el gobierno, que le
aplicó la Ley de Seguridad Interior del Estado. La entrevista era larga y
trataba diversos temas de actualidad política, pero el problema estuvo en la
última pregunta, referida al general Pinochet, a quien Zaldívar calificó de
“burdo, de bajo nivel intelectual y brutalmente audaz”.
En la siguiente edición de Análisis se lee que, horas antes
de ser detenida, Mónica González dijo que “no se encarcela sólo a la periodista
que escribió la entrevista a Andrés Zaldívar, sino a la que denunció la
existencia de la casa del general en El Melocotón, a la misma que escribió el
complot para asesinar al general Carlos Prats en el libro Bomba en una calle de
Palermo”.
Esta vez permaneció 17 días en la cárcel de San Miguel.
Quizás pudo haber salido antes, pero se negó expresamente a que su abogado
pidiera la libertad condicional. Según reprodujo Análisis, “quiero hacer
conciencia en la opinión pública y en mis propios colegas de que en Chile no se
puede ejercer libremente nuestra profesión”.
El penúltimo día antes de quedar en libertad estuvo de
cumpleaños. Celebró sus 38 junto a presas políticas y presas comunes.
***
Uno de los últimos reportajes que Mónica González publicó en
Análisis trató de los bienes de la familia Pinochet. Fue publicado en octubre y
noviembre de 1989, en dos números consecutivos, cinco meses antes de que la
dictadura emprendiera la retirada y entregara el gobierno con una serie de
condiciones. En rigor, más que un reportaje, era un especial por entregas que
operaba como una despedida al hombre que afirmó que “no hay nadie que haya
amasado una fortuna personal o familiar en este régimen”.
El reportaje comienza precisamente así, con una cita al
general recogida de la prensa oficialista. Y termina con un retrato lapidario
al mismo hombre, que “se prepara para atrincherarse al interior de los
cuarteles”, “orgulloso, pero no tranquilo”, “en la soledad que han dejado 16
años de poder absoluto, alejado irremediablemente de sus más antiguos amigos”.
La dictadura se despedía y también la periodista, que
clausuraba la década golpeando donde más dolía a la dictadura. Para Pinochet no
había cosa más irritante que las acusaciones de corrupción. Más que las
denuncias por violación a los derechos humanos. Por eso ocurrió lo que ocurrió.
Ya había recibido amenazas telefónicas y le habían arrojado animales muertos al
antejardín de su casa, si es que no habían matado a sus propias mascotas. Pero
esto fue más serio que todo lo otro. Unas semanas después de que apareciera la
última parte del reportaje, el auto de la periodista explotó frente a su casa.
Había estacionado y bajado hacía cosa de minutos.
Para ella no hubo dudas. La bomba que casi le costó la vida
era una repuesta al reportaje de los bienes de la familia Pinochet. La
dictadura, que estaba en retirada, tenía sus formas de despedirse.
***
La despedida fue larga, demasiado larga. La transición
política chilena estuvo marcada por pactos secretos y amenazas de una dictadura
que seguía latiendo en el Congreso, en el Poder Judicial y, desde luego, en las
Fuerzas Armadas. Pinochet se había retirado del gobierno pero continuaba al
frente del Ejército, desde donde administraba amplias cuotas de poder. En ese
escenario, a partir del 11 de marzo de 1990, Mónica González llegó a trabajar
al diario La Nación.
Desde esas páginas, a cargo de la unidad de investigación y
las entrevistas del domingo, le tomó el pulso a la vida política de esos días.
Varios de los textos de ese período están determinados por la coyuntura del
momento, que a menudo pone a prueba la frágil democracia. Pero hay otros,
recopilados en este libro, que miran los hechos en perspectiva y vienen a recapitular
lo ocurrido en el pasado reciente.
En esta línea se inscribe el testimonio de Sola Sierra,
histórica dirigente de la Asociación de Familiares de Detenidos Desaparecidos,
que relata la angustia y tenacidad de quien perdió a su esposo y dedicó una vida
a su búsqueda, aún cuando con el correr del tiempo estuvo consciente de que era
una labor estéril. En la contraparte está el relato de la Flaca Alejandra,
alias de Marcia Merino, ex militante del MIR que tras ser detenida y torturada
se convirtió en colaboradora de la DINA. Como escribe la autora, se trata de un
testimonio que va a contracorriente de “un país que se resiste a entender lo
que fue verdaderamente el infierno que creó la DINA en sus campos de
detenidos”.
En este período desfilan varios de los personajes más
renombrados de la vida pública. Sean de izquierda o de derecha, son explorados
siempre en una dimensión que trenza lo político y lo humano. Así, mientras
Isabel Allende Bussi se lamenta de no haber sido consciente de la depresión que
motivó el suicidio de su hermana Tati, el ex director de El Mercurio, Arturo
Fontaine, llega a decir que cuando se ocupa un puesto como ése, “uno se ve rodeado de muchos halagos y pierde
un poco el sentido de la autocrítica y la modestia”.
Mónica González no fue una figura cómoda para quienes
sustentaron la dictadura. De eso no hay duda. Pero tampoco lo fue para quienes
administraban el gobierno en un contexto de democracia tutelada. De ahí que a
principios de 1994, cuando Eduardo Frei Ruiz Tagle asumió la presidencia,
renunciara a La Nación. Las nuevas autoridades políticas le ofrecieron la
dirección del diario de gobierno, pero bajo condiciones que no estuvo dispuesta
a asumir.
Ese acto de independencia marcó el cierre de una etapa. La
misma que documenta este libro, que reúne piezas publicadas entre 1984 y 1993.
El conjunto incluye voces emblemáticas del período, pero también otras más
anónimas, las que no pasaron a la historia. Una muestra de la condición humana,
con sus infinitos grados de altruismo y mezquindad, de valor y cobardía. Al
sumergirnos en las cloacas del pasado, se devela cómo el sistema
político-económico instaurado por la dictadura militar impactó en el cuerpo de
miles de compatriotas. Por momentos, la lectura de estas páginas provoca un sudor
frío en nuestras espaldas. Es la señal del miedo y el dolor. También, la señal
de que estamos vivos.
jueves, 22 de agosto de 2019
La canción del día: Marillion - Forgotten Sons
Link del video acá:
Qué tema
increíble. Después de tantos años de haberlo escuchado nos sigue poniendo la piel de
gallina el momento en que Fish "dispara" al público.
La parte en la que reza es grandiosa y es un logro musical y creativo para esa época saturada de glam y pop. Y el "suicidio" le da un cierre inigualable a uno de los mejores temas de la primera época de la banda.
La parte en la que reza es grandiosa y es un logro musical y creativo para esa época saturada de glam y pop. Y el "suicidio" le da un cierre inigualable a uno de los mejores temas de la primera época de la banda.
Destinada a
remover conciencias y para removernos el alma. Muy buena puesta en escena y la
música y letra increíbles. La parte instrumental que sigue al silencio tras
apagar el encendedor es una de las melodías más hermosas que se puedan
escuchar.
Genial
Marillion y Fish sin menospreciar a Steve Hogarth, cada uno en su época y
estilo. Y la guitarra de Steve Rothery no es de éste mundo, aquí y en todas las
obras de ésta magnífica banda. Gracias Marillion, por este aporte a la
Humanidad.
Nota: La canción está subtitulada en Castellano.
miércoles, 21 de agosto de 2019
La canción y el grupo de la semana en Mozart con Cucalón
The Sweet...
Fox on the run
Video acá:
Fue el primer gran single de la banda británica, y aunque tienen infinidad de temazos, es este «Fox on The Run» el que escogemos porque, además, lo reconocerás como uno de los famosos temas que se mostraban en "Música Libre", allá por comienzos de los años 70's.
martes, 20 de agosto de 2019
Estos son los ganadores de los Premios Hugo 2019
El pasado 18 de agosto, en el marco de
la Worldcon de Dublín, se desveló quiénes son los ganadores de los Premios Hugo
de este año. De nuevo, la presencia de autoras ha sido mayoritaria. También hay
que destacar el reconocimiento a la página Archive of Our Own en la categoría
de obra relacionada: la que fuera, quizás, la nominación más polémica de 2019,
se revela como un homenaje y una forma de otorgar la merecida validez al mundo
del fandom.
Como siempre, los dejamos con las
categorías principales. Puedes también consultar la lista completa de ganadores
en la web oficial.
Mejor novela
The Calculating Stars, de Mary Robinette Kowal (Tor)
Record of a Spaceborn Few, de Becky Chambers (Hodder & Stoughton /
Harper Voyager)
Revenant Gun, de Yoon Ha Lee (Solaris)
Space Opera, de Catherynne M. Valente
(Saga)
Spinning Silver, de Naomi Novik (Del
Rey / Macmillan)
Trail of Lightning, de Rebecca Roanhorse (Saga).
Mejor novela corta
Artificial Condition, de Martha Wells (Tor.com Publishing)
Beneath the Sugar Sky, de Seanan McGuire (Tor.com Publishing)
Binti: The Night Masquerade, de Nnedi Okorafor (Tor.com Publishing)
The Black God’s Drums, de P. Djèlí Clark (Tor.com Publishing)
Gods, Monsters, and the Lucky Peach, de Kelly Robson (Tor.com
Publishing)
The Tea Master and the Detective, de Aliette de Bodard (Subterranean
Press / JABberwocky Literary Agency).
Mejor relato
If at First You Don’t Succeed, Try, Try Again, de Zen Cho (B&N
Sci-Fi and Fantasy Blog, 29 November 2018)
The Last Banquet of Temporal Confections, de Tina Connolly (Tor.com, 11
July 2018)
Nine Last Days on Planet Earth, de Daryl Gregory (Tor.com, 19 September
2018)
The Only Harmless Great Thing, de Brooke Bolander (Tor.com Publishing)
The Thing About Ghost Stories, de Naomi Kritzer (Uncanny Magazine 25,
November- December 2018)
When We Were Starless, de Simone Heller (Clarkesworld 145, October 2018).
Mejor relato corto
The Court Magician, de Sarah Pinsker (Lightspeed, January 2018)
The Rose MacGregor Drinking and Admiration Society, de T. Kingfisher
(Uncanny Magazine 25, November-December 2018)
The Secret Lives of the Nine Negro Teeth of George Washington, de P.
Djèlí Clark (Fireside Magazine, February 2018)
STET, de Sarah Gailey (Fireside Magazine, October 2018)
The Tale of the Three Beautiful Raptor Sisters, and the Prince Who Was
Made of Meat, de Brooke Bolander (Uncanny Magazine 23, July-August 2018)
A Witch’s Guide to Escape: A Practical Compendium of Portal Fantasies,
de Alix E. Harrow (Apex Magazine, February 2018).
Mejor obra relacionada
Archive of Our Own, a project of the Organization for Transformative
Works
Astounding: John W. Campbell, Isaac Asimov, Robert A. Heinlein, L. Ron
Hubbard, and the Golden Age of Science Fiction, de Alec Nevala-Lee (Dey Street
Books)
The Hobbit Duology (documentary in three parts), escrito y editado por
Lindsay Ellis yAngelina Meehan (YouTube)
An Informal History of the Hugos: A Personal Look Back at the Hugo
Awards, 1953- 2000, de Jo Walton (Tor)
www.mexicanxinitiative.com: The Mexicanx Initiative Experience at
Worldcon 76 (Julia Rios, Libia Brenda, Pablo Defendini, John Picacio)
Ursula K. Le Guin: Conversations on Writing, de Ursula K. Le Guin con
David Naimon (Tin House Books).
Mejor serie de novelas
The Centenal Cycle, de Malka Older
(Tor)
The Laundry Files, de Charles Stross
(edición más reciente de Tor.com Publishing/Orbit)
Machineries of Empire, de Yoon Ha Lee
(Solaris)
The October Daye Series, de Seanan
McGuire (edición más reciente de DAW)
The Universe of Xuya, de Aliette de
Bodard (edición más reciente de Subterranean Press)
Wayfarers, de Becky Chambers (Hodder & Stoughton / Harper Voyager).
Mejor historia gráfica
Abbott, de Saladin Ahmed, Sami Kivelä, Jason Wordie y Jim Campbell
(BOOM! Studios)
Black Panther: Long Live the King, de Nnedi Okorafor, Aaron Covington,
André Lima Araújo, Mario Del Pennino y Tana Ford (Marvel)
Monstress, Volume 3: Haven, de Marjorie Liu y Sana Takeda (Image Comics)
On a Sunbeam, de Tillie Walden (First Second)
Paper Girls, Volume 4, de Brian K. Vaughan, Cliff Chiang, Matt Wilson y
Jared K. Fletcher (Image Comics)
Saga, Volume 9, de Brian K. Vaughan y
Fiona Staples (Image Comics).
Mejor presentación dramática (formato
largo)
Annihilation, dirigida y adaptada por Alex
Garland, basada en la novela de Jeff VanderMeer (Paramount Pictures / Skydance)
Avengers: Infinity War, guion de Christopher Markus y Stephen McFeely,
dirigida por Anthony Russo y Joe Russo (Marvel Studios)
Black Panther, escrita por Ryan
Coogler y Joe Robert Cole, dirigida por Ryan Coogler (Marvel Studios)
A Quiet Place, guion de Scott Beck, John Krasinski y Bryan Woods,
dirigida por John Krasinski (Platinum Dunes / Sunday Night)
Sorry to Bother You, escrita y dirigida por Boots Riley (Annapurna Pictures)
Spider-Man: Into the Spider-Verse, guion de Phil Lord y Rodney Rothman,
dirigida por Bob Persichetti, Peter Ramsey y Rodney Rothman (Sony).
Mejor presentación dramática (formato
corto)
The Expanse: «Abaddon’s Gate», escrito
por Daniel Abraham, Ty Franck y Naren Shankar, dirigido por Simon Cellan Jones
(Penguin in a Parka / Alcon Entertainment)
Doctor Who: «Demons of the Punjab», escrito por Vinay Patel, dirigido
por Jamie Childs (BBC)
Dirty Computer, escrito por Janelle Monáe, dirigido por Andrew Donoho y
Chuck Lightning (Wondaland Arts Society / Bad Boy Records / Atlantic Records)
The Good Place: «Janet(s)», escrito por Josh Siegal & Dylan Morgan,
dirigido por Morgan Sackett (NBC)
The Good Place: «Jeremy Bearimy», escrito por Megan Amram, dirigido por
Trent O’Donnell (NBC)
Doctor Who: «Rosa», escrito por
Malorie Blackman y Chris Chibnall, dirigido por Mark Tonderai (BBC).
Premio John W. Campbell para el mejor
autor novel
Katherine Arden
S.A. Chakraborty
R.F. Kuang
Jeannette Ng
Vina Jie-Min Prasad
Rivers Solomon.
La alucinante razón por la que Rusia prohibió a los Testigos de Jehová y cómo se financian
Video acá:;
https://www.youtube.com/watch?v=BcKjpmh8wy0&t=16s
Algunos seguidores me han pedido que ya que yo vivo en Moscu explique por qué Rusia prohibió a los Testigos de Jehová. Y debido a que los medios occidentales llenaron sus titulares con falsedades, me he tomado el atrevimiento de explicar la postura rusa y daré unos ejemplos increíbles sobre esta organización que irritaron a todo un país. Solo les pido una cosa, si van a comentar haganlo con respeto, cualquier comentario que considere fuera de lugar sera borrado. El objetivo de este video no es criticar a A o B religión, es más bien informativo, mi objetivo de hoy es explicar la postura rusa respecto a un tema bastante delicado.
Soy Gabriel Bulgakov. Dicen que soy un ruso loco, pero eso no es verdad, suscribete al canal que aqui encontraras videos interesantes que no necesariamente tienen que ver con política. Si deseas, también puedes seguirme por Instagram, encuentrame como Gabriel Bulgakov.
lunes, 19 de agosto de 2019
El ejército de amantes homosexuales que humilló a los espartanos
Tras varias
décadas de hegemonía, Alejandro Magno dirigió una compañía de caballería, los
hetairoi, contra la unidad de élite de la infantería tebana e inició el
principio del fin de su historia...
El batallón
Sagrado de Tebas supone un caso único e inesperado en la historia militar. Este
cuerpo de élite estaba conformado por amantes homosexuales, aprendiz y maestro,
y se convirtió en una de las tropas más temidas de la Antigüedad porque, a
decir Plutarco, «la unión entre amantes aumentaba su capacidad combativa». De
hecho, la unidad permaneció invicta hasta la batalla de Queronea, donde el rey
Filipo II y Alejandro Magno arrasaron al batallón.
El Batallón
Sagrado aparece citado por primera vez con ocasión de la batalla de Tegira, a
principios de la primavera del 375 a.C, pero existía con anterioridad. El
aristócrata tebano Górgidas fue el artífice de la creación de esta unidad,
formada por 150 parejas de amantes varones. Górgidas se encargó de la formación
y el reclutamiento del Batallón Sagrado, vertebrado por jóvenes aristócratas
que se habían educado en el gimnasio, donde eran habituales las prácticas
homosexuales.
Se confunde
la homosexualidad entre adultos, reprobada entre el pueblo griego, con las
relaciones entre un adulto y un joven, según recoge César Cervera en ABC.
Cabe señalar
que el concepto de homosexualidad en la Antigua Grecia era muy diferente al
actual. Sin ir más lejos, en ocasiones se confunde la homosexualidad entre
adultos, reprobada gravemente entre el pueblo griego, con las relaciones entre
un adulto y un joven, la pederastia, que estaban instrumentalizadas en algunas
ciudades como parte de la formación de los adolescentes procedentes de la
aristocracia.
Así ocurría también en Tebas, donde las parejas contaban con un
miembro de mayor edad, el «heniochoi» (conductor) y uno más joven, «paraibatai»
(compañero). El conductor debía encargarse del adiestramiento y educación del
compañero, sobre todo en lo que respecta a la moral. El hombre de más edad
enseñaba al joven los valores de la lealtad, la fidelidad y la moderación.
viernes, 16 de agosto de 2019
Recordando a Yes por medio de "Relayer"
Video acá:
Relayer es
el séptimo álbum del grupo de rock progresivo Yes. Grabado y lanzado en 1974,
es la única grabación de estudio en la que participa el teclista Patrick Moraz,
sustituyendo a Rick Wakeman, quien había abandonado Yes el año anterior.
Después del
ambicioso álbum conceptual Tales from Topographic Oceans, Wakeman salió de Yes
para proseguir su carrera como solista. La banda audicionó a varios sustitutos
potenciales, incluyendo al teclista griego Vangelis, pero terminaron eligiendo
al suizo Patrick Moraz como reemplazo con el álbum en plena producción.
Con Relayer,
Yes retomó el formato de Close to the Edge (una extensa canción épica en un
lado del LP, y dos piezas de nueve minutos en el otro), pero con un estilo
musical muy diferente.
"The
Gates of Delirium" es una composición sofisticada de 20 minutos inspirada
en la famosa novela de León Tolstói Guerra y Paz. La pieza es un soberbio óleo
que expone en 3 partes los elementos del conflicto bélico, con arreglos
musicales que grafican escenas de batalla.
La
exposición temática de Anderson es seguida de una sección instrumental en la
cual puede oírse la guitarra de Howe emulando musicalmente la pirotecnia bélica
mientras el bajo de Squire evoca estados de odio.
Relayer
constituye una obra única en el rock e instrumentalmente adelantada a su
tiempo, tanto por la imaginería de la guitarra como por el uso instrumental del
bajo como una voz rítmica y melódica impresionista, en un estilo que
posteriormente fue seguido por diversos grupos, entre ellos Dream Teather. Al
mismo tiempo, la técnica compositiva que subyace a esta obra requiere un
acabado cuyo proceso es sumamente complejo.
Luego, a la
par del trabajo instrumental, la sección final -"Soon"- constituye el
perfecto cierre emotivo de la pieza, a la vez de haberse convertido en un
clásico en sí misma de la banda. En efecto, esta sección final de la obra en la
que la agresividad de los primeros 16 minutos es sustituida repentinamente por
una melodía suave y letras sobre paz, fue lanzada en los Estados Unidos como un
sencillo titulado "Soon" a principios de 1975. "Sound
Chaser" es una pieza mayormente instrumental y cercana al jazzfusión de
esa época , que remite al trabajo de grupos como Return to forever. "To Be
Over" es la canción más tranquila del álbum, con arreglos complejos de
guitarra y sitar.
La
complejidad musical de"The gates of delirium" no fue comprendida en
su momento, lo que se evidencia en las ambiguas críticas de algunos medios: la
reacción de la crítica hacia Relayer fue relativamente tibia, después de la
controversia levantada por su predecesor. Sin embargo, el disco fue un éxito
comercial, alcanzando el puesto #4 en las listas de popularidad del Reino Unido
y el #5 en Estados Unidos.
Es curioso
que actualmente se comprenda mejor esta obra, tanto por su innovación, la
libertad musical que profesa, el virtuosismo y, por sobre todo, la forma en que
el contenido es desarrollado comunitariamente. Relayer siendo un hito y una
referencia obligada de muchos músicos actuales del progresivo, del heavy metal
y del metal progresivo, lo cual nos señala que en efecto se trata de una obra maestra
tardíamente reconocida.
El arte de
tapa fue realizado por Roger Dean, quien creó un formato de portada similar al
de Fragile, con dos pinturas adicionales y una fotografía de la banda en el
interior.
Festival de Woodstock
El Festival
de música y arte de Woodstock (en inglés, Woodstock Music & Art Fair), o
Festival de Woodstock, fue una congregación hippie con música de rock realizado
desde el viernes 15 hasta la madrugada del lunes 18 de agosto de 1969.
Tuvo
lugar en una granja de 240 hectáreas en Bethel, condado de Sullivan, estado de
Nueva York; aunque estaba programado para que tuviese lugar en el pueblo de
Woodstock, condado de Ulster, en el mismo estado de Nueva York, donde los
pobladores, sin embargo, se opusieron. El escritor Elliot Tiber ayudó a
negociar a los organizadores con el granjero Max Yasgur, para acoger al
concierto en los terrenos de esa familia, 64 km al suroeste de Woodstock.
El evento
fue registrado en el documental Woodstock: 3 days of peace & music, ganador
de un premio Óscar; así como en la banda sonora Woodstock: Music from the
Original Soundtrack and More. Se ha considerado como uno de los momentos clave
de la historia de la música popular, así como el nexo para la consolidación
definitiva de la contracultura de los años 60.
Con 32
actuaciones, Woodstock congregó la fabulosa cifra de hasta 400.500 espectadores
aunque 500.000 dicen haber estado allí porque muchos se colaron. La
organización esperaba 60.000 mientras que el número de personas que calculó la
Policía de Nueva York era 6.000, y se estima que 250.000 no pudieron llegar. La
entrada costó 18 dólares para los tres lluviosos días que convirtieron el campo
en un barrizal.
Woodstock se
convirtió en el icono de una generación hastiada de las guerras y que pregonaba
la paz y el amor como forma de vida y mostraban su rechazo al sistema, por lo
tanto, gran parte de la gente que concurrió era hippie (ellos no se designaban
de esa manera, así los denominaban los demás). Este festival fue la cumbre de
un movimiento que se desarrolló en los Estados Unidos a fines de la década de
los 60, en la que quienes concurrían llevaban melena y amuletos, las chicas
faldas de colores; sus símbolos eran la bandera del arco iris y el símbolo de
la paz.
Los
"hippies" estaban contra la guerra de Vietnam, por lo que Jimi
Hendrix tocó el himno estadounidense sólo con una guitarra eléctrica como signo
de protesta a los comportamientos bélicos del gobierno. Sus ideales eran el
pacifismo, el amor libre, la vida en comunas, el ecologismo y el amor por la
música y las artes. Después de llamar la atención masiva durante el Verano del
Amor de 1967 se llegó a creer que tras Woodstock acabaron desapareciendo,
aunque más bien tendieron a evitar publicitarse, y aún existen en numerosos
países, evolucionando algunas comunas hippies a ecoaldeas.
Durante el
festival se vivieron intensas noches de sexo y drogas, destacando el consumo de
LSD y marihuana; todo con un fondo de música rock. Aunque el concierto se
organizó pensando en la posibilidad de que conllevara pérdidas, el éxito del
documental sobre el evento hizo que resultara rentable. Sin embargo, debido al
número de asistentes, las condiciones sanitarias dejaban que desear ya que se
organizó el festival pensando que iban a acudir unas 250.000 personas, pero al
final –según estimaciones– la asistencia fue mucho mayor, en contraste con las
pretensiones de este que pretendía ser una celebración a favor de la paz y del
amor.
Ocurrieron
tres muertes en el festival de Woodstock: una debida a una sobredosis de
heroína, otra tras una ruptura de apéndice y una última por un accidente con
una máquina vial que pisó a quien se había dormido debajo. También se dijo que
ocurrieron nacimientos no confirmados en el festival.
Se realizó
el famoso documental Woodstock. 3 Days of Peace & Music sobre este
concierto, dirigido por Michael Wadleigh, editado y montado entre otros por
Martin Scorsese. Fue estrenado en 1970 y ganó el Premio Oscar al mejor
documental. La película ha recibido el título de "culturalmente
significativa" por la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos y
seleccionada para su conservación en el National Film Registry.
En 2009 se
estrenó la película Taking Woodstock, dirigida por Ang Lee, en la que se recrea
la organización del concierto desde la figura de Elliot Tiber.
Reminiscencias
Se
celebrarían otros festivales Woodstock 79, '89, '94, '99 más un recordatorio en
2009 en que Richie Havens se acercó al campo a rendir homenaje con su clásico
Freedom en el 40º aniversario y un minirecital en Bethel, el 18 de agosto de
2013, en memoria del Havens, fallecido cuatro meses antes.
Bob Dylan, a
pesar de ser el más esperado no tocó en 1969. En su lugar, firmó a mediados de
julio para tocar en Festival de la Isla de Wight, el 31 de agosto. Dylan vivía
en el pueblo de Woodstock y estaba enfadado por el acoso de gran número de
hippies durante el retiro de varios años tras su accidente de moto. Para el 25º
aniversario actuó en Woodstock 94, presentado con la famosa frase: “Hemos
esperado 25 años para oír esto. Señoras y señores, ¡el Sr. Bob
Dylan!” (“We waited 25 years to hear this. Ladies and gentlemen, Mr. Bob Dylan!").
The Beatles
rechazaron tocar en Woodstock, por dos motivos. El primero es: los
organizadores se pusieron en contacto con John Lennon para discutir sobre un
posible directo de The Beatles en Woodstock, pero éste dijo que no tocarían a
menos que también tocasen los Plastic Ono Band, que fueron rechazados. Otro
posible motivo es que su entrada a EE.UU. desde Canadá fue bloqueada por el
presidente Richard Nixon debido al previo arresto de Lennon por posesión de cannabis
y sus protestas contra la guerra de Vietnam. En cualquier caso, The
Beatles estaban a punto de disolverse; hacía tres años que no hacían un
concierto en directo (desde agosto del 1966), sin contar el famoso concierto en
la azotea de los Estudios Apple.
The Doors
estaban considerados en la lista de invitados, en un momento aceptaron al
instante en que se les invitó haciéndoles saber que era un festival de rock en
Nueva York. Ray Manzarek, el tecladista, aceptó, ya que Nueva York era uno de
los mejores mercados de The Doors, pensando que el festival iba a ser en
Central Park, pero la banda luego rechazó la invitación cuando se les hizo
saber que iba a ser en una granja cerca de Woodstock, ya que pensaban que sólo
sería un 'Monterey Pop Festival' de "segunda clase". Aparte de esto,
Jim Morrison estaba con el proceso judicial, por el incidente del concierto en
Miami, el 1 de marzo de 1969, motivo que también lo imposibilitaba tocar.
Led Zeppelin
fueron invitados. Según su mánager Peter Grant: "Se nos pidió participar
en Woodstock y Atlantic tenían mucho interés, también nuestro promotor en
EE.UU., Frank Barsalona. Les dije que no porque en Woodstock tendríamos que ser
otra banda en la lista". En cambio, el grupo continuó con su gira de
verano, tocando ese fin de semana al sur de la fiesta en el Asbury Park
Convention Hall en Nueva Jersey. Sólo se tomaron un descanso para asistir a un
show de Elvis Presley en el Hotel Internacional de Las Vegas, el 12 de agosto.
The Byrds
fueron invitados, pero optaron por no participar, pensando que Woodstock no
sería diferente a cualquiera de los otros festivales de música durante ese
verano. También había preocupación sobre el dinero. Como el bajista John York
recuerda: "Estábamos volando a un concierto y Roger se acercó a nosotros y
dijo que un alguien estaba montando un festival en Nueva York. Pero en ese
momento no estaban pagando a todas las bandas. Nos preguntó si queríamos
hacerlo y dijimos 'no'. No teníamos idea de lo que iba a ser. Estábamos
quemados y cansados de la escena de los festivales. [...] Así que todos dijimos
'No, queremos un descanso' y nos perdimos el mejor festival de todos".
Tommy James
y los Shondells declinaron la invitación. El cantante Tommy James declaró más
tarde: "Podríamos haber ido, sólo nos dio una patada. Estábamos en Hawái y
llamó mi secretaria y dijo: 'Sí, escucha, hay un criador de cerdos en el norte
de Nueva York que quiere que toques en su campo'. Así es como se me planteó.
Así que pasamos, y nos dimos cuenta de lo que había perdido un par de días más
tarde".
Los Moody
Blues no fueron incluidos en el cartel original, pero decidieron no tocar al
ser contratados en París ese fin de semana.
Spirit
también declinó una invitación para tocar, porque no quiso desatender
compromisos previos.
Joni
Mitchell fue programada, pero canceló a instancias de su representante para
evitar perder una comparecencia prevista en el concierto de Dick Cavett.
King Crimson
tampoco aceptó la invitación que les hizo Jimi Hendrix porque el grupo era nuevo
y tenían compromisos en el Reino Unido que hicieron difícil su llegada al
festival de Woodstock.
Woodstock en
la literatura
La escritora
salvadoreña Carmen González Huguet adaptó uno de sus cuentos titulado
"Jimmy Hendrix toca mientras cae la lluvia" como un monólogo teatral.
La trama comienza con una pareja que mira el documental sobre Woodstock en uno
de los cines de San Salvador en la década de los 70. En la historia están la
psicodelia, la rebeldía juvenil, la contracultura contestataria y el
sentimiento de alienación que experimentaban los jóvenes en la época.
Hay una
mención en el manga de 20th Century Boys, del mangaka Naoki Urasawa, cuyo
apocalíptico final es una recreación de más de medio millón de personas
juntándose en un concierto mundial, recordando la importancia de Woodstock.
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